En mitad de la edad dorada del boxeo contemporáneo, en los 80, había dos luchadores que mantenían una rivalidad cautivadora. Sus dos combates en un lapso de poco más de 5 meses en 1980 tenían todas las características para convertirse en clásicos.
En mitad de la edad dorada del boxeo contemporáneo, en los 80, había dos luchadores que mantenían una rivalidad cautivadora. Sus dos combates en un lapso de poco más de 5 meses en 1980 tenían todas las características para convertirse en clásicos. El combate era entre Sugar Ray Leonard, un héroe estadounidense que se había convertido en un nombre conocido y que consiguió muchos patrocinios corporativos tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Verano, y el campeón latino Roberto Durán, el luchador más fuerte de la historia, y algunos decían que el más malo. Lo que perduraría en el tiempo no sería todo el drama y la acción de estas peleas, sino esas dos palabras dichas en su segundo enfrentamiento que crearían una sensación de misterio, desconcierto e intriga hasta el día de hoy.